Irene Pérez Pérez nació y creció en el caraqueño barrio de La Candelaria, asiento tradicional de inmigrantes canarios desde tiempos coloniales. Hija de “isleños” llegados en los albores del siglo XX, es seguro que su recio carácter fue modelado en la tradición libertaria inaugurada siglos atrás en ese mismo barrio - hacia 1750, sesenta años antes de la fecha de la declaración de le independencia de Venezuela - cuando Juan Francisco de León, su paisano, protagonizara la más genuina rebelión contra el poder absolutista de la corona española en América.

Tras haber intentado llevar su vida adulta con arreglo a los usos sociales que le ofrecían las “buenas costumbres” – se casó e intentó llevar una vida de ama de casa – un buen día, hacia el año 1992, Irene percibió con más claridad, tal vez al doblar una esquina, las voces interiores que le reclamaban un camino distinto de realización personal; y sin pensarlo más, se inscribió en la Cristóbal Rojas, que, además, no quedaba tan lejos de su casa. Así comenzó su aventura como escultora.

Arrastrando penosas dificultades económicas trató, ya desde estudiante, de entablar un trato profesional con el mercado del arte. Privilegiando el tema de la figura femenina (y trajinando sin dudas con ello los dolorosos problemas de identidad propios de toda joven) lograba vender los resultados de sus primeros ensayos aquí y allá, haciendo acopio de recursos materiales y espirituales para continuar su lucha por abrirse un camino.

Todo eso hasta el año 2000 tal vez, cuando en medio de una nueva crisis existencial – ya no le gustaba lo que hasta entonces había hecho – se incorpora a un grupo de reflexión filosófica y conoce a Rafael, su actual pareja.

Desde ese momento todo cambia para Irene. Mucho más segura de sí misma y de sus capacidades, y disfrutando de la creciente acogida que tiene su trabajo por parte del público, ahora centra su búsqueda en un nuevo tema: el equilibrio de la figura – femenina o masculina - en el espacio. En lo sucesivo, sus esculturas levitarán o penderán de alguna manera en un entorno espacial cuidadosamente concebido como vacío. A veces estructurado con una leve señal geométrica – un aro, por ejemplo – a veces sólo determinado por la característica misma del modelado.

Pero Irene es aún una novel escultora, que apenas comienza a experimentar las ingentes dificultades involucradas en el acto creativo. Dueña de certeras intuiciones tiene sin embargo ante sí el grave compromiso de hacerlas lenguaje personal (de pasar de la potencia al acto, Santo Tomás dixit). Una más refinada – o más intencionada si se quiere - comprensión visual de la figura humana, me atrevería a decir, es uno, tal vez el más importante, de los retos que deberá enfrentar en lo adelante. Condición para aliviar la tensión – nunca del todo resuelta en el proceso del arte – entre la idea y su concreción material.

Creo, intuyo, que Irene tiene en la fuerza de ese carácter formado como decía al inicio de estas líneas, en la tradición libertaria de sus antepasados, la condición para alcanzar el éxito en esa fundamental tarea.

Elías Toro.
Caicaguana,
Martes, 16 de agosto de 2005

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